¿Y BUENO... AHORA QUE RAYOS PONGO ACÁ?

Bueno... escribiré la historia que siempre quise escribir.

EL CUIDANTE DE LA CASA QUE QUEDABA AL LADO DEL PARQUE DE LOS COLUMPIOS QUE SE INCENDIÓ
Ese parque está lleno de locos, no? Locos, asaltantes y alguno que otro chiflado. Estos deambulan por ahí, un parque que es grande pero pequeño porque fue construido entre una avenida, un bypass gástrico y una calle de urbanización obrera-residencial como es por donde vivo, para el lado sur hay un colegio (solía ser colegio, ahora es solamente un colegio). Y había (porque no la encuentro ahora) una casa. Esta casa era mediana, bonita, para qué decir que no. Vivían ahí los Tapia (quienes rayos serían, no me acuerdo), al parecer tenían plata porque tenian una Hummer como vehículo familiar, y tenían un guardián exclusivo para la casa, un señor de mediana edad, 50, 55 años. Flaco, solitario pero sensible, hacía su trabajo lo mejor que podía. Mientras esa casa estuvo en perfecto estado él mantuvo el parque inmaculado (además de la casa propiamente dicha). Cuando estos señores fueron más millonarios aún se largaron a otro país, sería Noruega, Islandia o Finlandia, algún país nórdico donde puedes dejar abierta tu casa sin que te roben nada; bueno, el señor este se quedó como guardián de la casa. Nunca se trasladó a otra habitación: siguió durmiendo en el armario adaptado en el que había dormido hasta entonces. La edad, la mala alimentación le jugaron malas pasadas. Ya no podía mantener a raya a los terokaleros que deambulaban y empezaban a invadir el parque. Un día se olvidó de desconectar una plancha y se originó un incendio (no me sé los detalles intermedios). La casa quedó destruida.

Cuando los Tapia se enteraron del siniestro, le rebajaron el sueldo. Y el guardián no podía rechazarlo porque sabía que no iba a poder encontrar otro lugar donde trabajar. Comía cada vez menos, seguía durmiendo en el armario, en una cama chamuscada y a punto de romperse. Nunca se hizo atender con un médico. Cuidaba con esmero a su única acompañante, una enorme boa que se le enroscaba a manera de darle un abrazo práctico para que éste la llevara a todos lados. Así nadie se acercaba a él.

Un día los cheques dejaron de llegar. Y se vió en la necesidad de utilizar su boa para amedrentar y finalmente asaltar a incautos transeúntes que recorrían dicho parque. Muchos pensaron que, de tanto espantar locos, se había vuelto uno. Los policías llegaban al parque y lo veían cerrado. Nunca entraban ni buscaban, por eso nunca lo atraparon.

Y ahí entro yo. Un día cualquiera entro al parque, cuando de la nada aparece con una mirada siniestra el guardián con su boa. Me amenaza con voz seca, como no le hago caso, me lanza la boa. Haciendo un movimiento rápido, salto encima de la boa y la aplasto con los pies. No la mato, solamente detengo su ataque parándome encima de ella. Con esto demuestro que la boa es inferior a mi y que no me puede hacer daño.

Pero ahora, la boa se acerca y se enrosca en mí sin aplastarme. Como a su dueño. Empieza a ronronear (no será gato pero les juro que esta boa ronroneaba) como mostrándose a gusto conmigo. Le doy un poco de comida para serpientes (qué marca... ni idea, ya no me acuerdo). La llevo a la casa de su amo, la limpio y le doy un mantenimiento general porque estaba un poco enferma con la mala calidad de vida que posee (que de todas es mejor que la de su amo)

El guardián estaba emocionado. Para que él no se quedara triste, lo llevé a comer un pollo a la brasa. Al atardecer le ayudo a instalarse en toda la casa. Con la boa empieza a espantar nuevamente a los ladrones de toda la urbanización obrera-residencial. A cambio entre todos hacemos chancha y le pagamos.

Dos meses después, estamos los tres caminando por el parque. En una de esas el guardián se acerca a la boa y le da un abrazo cariñoso y sincero. La boa le responde suavemente enroscándose en su brazo derecho.